Ocurría todos los sábados a las siete de la tarde.
Rhostarek salía a caminar por el parque en un intento por despejar los molestos pensamientos que acosaban a su mente. Los psiquiatras siempre le habían recomendado caminatas al aire libre. Por supuesto que hasta hoy ninguno ha logrado justificar los beneficios que tal actividad podría brindar a la mente de un hombre al cuál ellos mismos habían diagnosticado como un “Esquizofrénico paranoide”.
En su recorrido observaba las mariposas, disfrutaba del canto de las aves y refrescaba su cabeza con la brisa otoñal.
Pero había algo inusual y reiterativo que perturbaba su terapéutico paseo.
Todos los sábados, a las siete en punto de la tarde, un hombre de aspecto extraño y amenazante lo seguía como a unos quince metros de distancia. El sujeto era extremadamente pálido, vestía un largo gabán oscuro y llevaba un sombrero de copa. Cada vez que Rostharek giraba para observarlo, el hombre andaba lentamente para atrás, alejándose en dirección opuesta, pero no giraba ni daba la espalda al emprender la retirada. El hombre fumaba una pipa negra y retrocedía lentamente, en la misma posición que utilizaba al avanzar, con el cuerpo apuntando hacia el frente. Rostharek proseguía su camino; de espaldas al hombre, avanzaba a pasos rápidos, hundido en el pánico y la paranoia. El acontecimiento se repetía todos los sábados a la misma hora.
Si Rostharek hubiese sido un hombre práctico y racional, habría dejado de ir a ése parque los sábados a las siete de la tarde. Es lo que haría la mayoría de la gente ante semejante situación. Pero debido a sus tendencias obsesivas, sentía una suerte de fascinación cada vez que la escena se repetía, y, además, quería comprobar si aquel hombre era real o producto de una alucinación. En reiteradas ocasiones se le ocurrió detenerse y entablar una conversación con el extraño, pero nunca tuvo el coraje para hacerlo. El acontecimiento se repitió tres sábados más.
El perseguidor nunca cambiaba el ritmo de sus pasos y permanecía siempre a la misma distancia. Cuando Rostharek daba por finalizado su recorrido, el hombre se sentaba en un banco a fumar su pipa con indiferencia. Otra cosa que llamó la atención de Rostharek, era que el extraño nunca lo miraba. Andaba siempre cabizbajo, y de vez en cuando, elevaba los ojos hacia el cielo, como si estuviera viendo cosas que nadie más podía percibir. Las miradas de Rostharek no lo inquietaban. Ni siquiera parecía percatarse de su presencia.
Un sábado, Rostharek decidió poner fin al asunto y aclarar todas sus dudas. Mientras transitaba el mismo camino de siempre, a las siete de la tarde, vio que el hombre lo seguía a la distancia usual. Rostharek no lograba comprender de dónde salía aquel misterioso acosador, ya que nunca lo veía venir andando por el camino, simplemente aparecía detrás de él en el momento en que giraba para buscar su presencia. Esta vez, Rostharek frenó bruscamente, giró y lo observó con más énfasis que antes, para asegurarse de que el extraño se diera por enterado de que lo estaba mirando. Nuevamente, el hombre empezó a dar lentos pasos hacia atrás, en dirección opuesta. Rostharek se dejo llevar por la valentía surgida de la demencia y lo siguió. Ahora los roles se habían intercambiado. De perseguido había pasado a perseguidor. Pero el extraño del gabán no se dio por enterado. Rostharek aceleró el ritmo, aprovechando que el hombre seguía andando a pasos lentos. Éste permanecía cabizbajo y movía levemente la cabeza para evitar un posible cruce de miradas entre ambos.
Pronto, el nuevo perseguidor estuvo a unos dos metros de distancia. Andando de frente hacia el excéntrico que lo atormentaba, Rostharek pensó cuál sería la mejor estrategia para entablar una conversación. Pero su mente no respondía adecuadamente. Sin darse cuenta, y sin plan alguno, Rostharek lo había alcanzado y estaba caminando al lado del hombre de la pipa. Lo miraba de reojo, esperando alguna reacción; pero el misterioso hombre permanecía indiferente. Rostharek decidió hablarle. Le habló de diversas cosas: lo saludó, hizo comentarios sobre el clima, le preguntó si venía todos los días... En fin, intentó comunicarse de todas las maneras posibles. Pero aquél hombre se comportaba como un espectro; no respondió a ninguno de sus intentos. Cuando Rostharek se plantó cara a cara frente a él, los ojos del extraño desplegaron un brillo escarlata que estremeció a todo su ser. Rostharek quedó paralizado, hipnotizado por la poderosa mirada de su acompañante. El hombre del gabán se detuvo por primera vez y sacó un puñal que tenía talladas unas palabras en el mango. Allí se leía: EL OTRO. Al ver estas palabras, Rostharek reconoció a su perseguidor de inmediato.
Habían estado juntos en el manicomio hace diez años. Evidentemente, el hombre estaba muy cambiado y parecía haber envejecido un siglo. En el hospicio, se hacía llamar EL OTRO, y aseguraba que era realmente EL OTRO, un hombre poseído por un espíritu maligno. Cuando llegó a la institución, lo mantuvieron en aislamiento durante meses, ya que tenía antecedentes de episodios violentos. Progresivamente fue mejorando gracias a la terapia y a la medicación y le permitieron relacionarse con los demás pacientes. Rostharek recordaba que había tenido una fuerte discusión con él en la que llegaron a los puños, pero fueron separados por los guardias al inicio de la pelea. La disputa se había iniciado cuando EL OTRO le confesó que era un espíritu antiguo atrapado en un cuerpo que no le agradaba.
Rostharek intentó explicarle que los espíritus no existían y que toda esa historia era producto de su enfermedad. Ello enfureció a su interlocutor, quien tomó en tono de burla el discurso de su compañero y se sintió profundamenteEL OTRO lo amenazó de muerte, aullando incoherencias, completamente desquiciado.
Luego del altercado, Rostharek no volvió a verlo nunca más. Nadie sabe que ocurrió con él. Algunos creen que huyó del hospicio utilizando la complicidad de algún guardia.
Bueno, la cosa es que ése sábado en el parque, EL OTRO incrustó el puñal en el estómago de Rostharek, quien cayó al suelo, moribundo. Antes de marcharse, EL OTRO limpió su arma con un exótico pañuelo y despidió a su víctima inclinando su sombrero de copa a modo de un saludo elegante. Su calvicie quedó al descubierto.
EL OTRO encendió la pipa y se retiró a pasos lentos; ahora caminaba sin excentricismo, de espaldas a su víctima. Rostharek lo observaba desde el suelo mientras se perdía en el ocaso. Luego de unos instantes, vio una oscuridad total.
Y después, cayó en la nada absoluta.
EL OTRO había cumplido su amenaza.
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