viernes, 22 de octubre de 2010

LA MUERTE DEL HOMBRE VIEJO



«Todo lo que de una u otra manera nos afecta es virtualmente sufrimiento. ¿Aceptaremos la superioridad del mineral sobre la del ser vivo?»
                                     ÉMILE MICHEL CIORAN



El hombre viejo, cansado de estar cansado, de la búsqueda interminable que no conduce a nada, y de todo lo que conocen los que conocen, sujetaba en la mano derecha el vaso que acabaría definitivamente con todo eso.
El vaso contenía agua de la canilla y 1g. de cianuro de potasio, el cuál pronto estaría disuelto y listo para ser bebido. El hombre agitaba el vaso, observando como se disolvía el veneno que lo conduciría a una muerte segura.
Esa mañana, se comportó con normalidad; fue cortés con su esposa, a quien acompañó en un taxi a su cita con el médico, habló por teléfono con sus tres hijos (cuyas edades o género son irrelevantes) y tomó su habitual siesta oyendo a Bach en la radio.
¿Qué más hizo ese día? No es importante ¿Quién era, a qué se dedicaba…? Cualquier dato más resultaría superfluo e innecesario.
La situación del momento actual es lo único que importa.

HAY UNA VOZ QUE SE OYE A LO LEJOS:

“LO SIENTO, LO SIENTO, LO SIENTO”.

REPITE LO MISMO CADA DIEZ MINUTOS.

El hombre estaba solo en su habitación. Sentado al borde de la cama, con las persianas bajadas y en penumbras, observaba el vaso con una expresión indefinida. Lo venía observando desde hacía unos 5 minutos. No tenía duda alguna sobre la acción que llevaría a cabo. No estaba recordando eventos de su vida ni pensando en algo específico. Pero por alguna razón(probablemente esperaba a que el veneno esté listo), se tomaba su tiempo para mirar el líquido mortal que acabaría con aquello que ya no podía soportar. Los que conocen, conocen.  


HAY UNA VOZ QUE SE OYE A LO LEJOS:

“LO SIENTO, LO SIENTO, LO SIENTO”.

REPITE LO MISMO CADA DIEZ MINUTOS.


Sacó una libreta del cajón de la mesa de luz, escogió una página en blanco y se dispuso a escribir algo. Colocó cuidadosamente el vaso sobre la mesa y comenzó a garabatear incoherencias con su lapicera preferida. Impotente y frustrado por no poder expresar lo que deseaba (aquello que resulta imposible explicar con palabras, lo innombrable), eso que sólo conocen los que conocen, volvió a introducir libreta y lapicera en el cajón.
Tomó nuevamente el vaso, esta vez lo sujetó con ambas manos.
Había llegado el momento de hacerlo. La acción es lo único que le restaba. Sí, el dominio sobre la decisión de llevar a cabo un acto terrible contra sí mismo. Su última y pequeña libertad.


HAY UNA VOZ QUE SE OYE A LO LEJOS:

“LO SIENTO, LO SIENTO, LO SIENTO”.

REPITE LO MISMO CADA DIEZ MINUTOS.


Bebió el vaso de un trago rápido y lo dejó caer en la alfombra. Luego se tumbó sobre la cama, boca arriba, cerró los ojos y esperó el final.
Los que conocen, conocen.


HAY UNA VOZ QUE SE OYE A LO LEJOS:

“LO SIENTO, LO SIENTO, LO SIENTO”.

REPITE LO MISMO CADA DIEZ MINUTOS.


Pronto lo insoportable desaparecería. No más guerras psíquicas, ilusiones ni búsquedas. Enseguida llegaría el tiempo de la petrificación. El descanso que ansiaba desde hacía tanto tiempo. Y si no ocurría algún accidente imprevisto, su acto tendría éxito.
Un hombre no puede elegir las circunstancias ni el momento de su nacimiento. Pero ya una vez maduro, si está lo suficientemente despierto, descubrirá que posee la capacidad de elegir entre diversos métodos para morir donde y cuando lo desee.


HAY UNA VOZ QUE SE OYE A LO LEJOS:

“LO SIENTO, LO SIENTO, LO SIENTO”.

REPITE LO MISMO CADA DIEZ MINUTOS.


¿Qué había conducido a este hombre a realizar tal horrible acto desesperado? Lo innombrable, el conocimiento que atormenta, el cansancio de estar cansado, la búsqueda inútil, lo insoportable.
Cioran decía que “es un sentimiento presente en aquellos que observan el abismo y tienen que seguir existiendo con el trágico conocimiento que han descubierto”.
Estos hombres pasan a formar parte de los que conocen.
El filósofo consideraba a “la muerte como la única existencia real, mientras que la vida no es más que dolor debido a la imposibilidad de asegurar la existencia”.
Los que conocen, conocen.
No hay diferencia entre la vida y la muerte. Pocos son aquellos que pueden asegurar estar vivos. Y muchos son quienes se saben muertos, aunque no es frecuente escucharlos hablar sobre eso. Porque los que conocen, saben que de eso no se habla. Eso se experimenta en soledad. Eso es lo que enloquece a los hombres.


HAY UNA VOZ QUE SE OYE A LO LEJOS:

“LO SIENTO, LO SIENTO, LO SIENTO”.

REPITE LO MISMO CADA DIEZ MINUTOS.


Un minuto después de haber bebido el veneno, el viejo hombre cansado perdió el conocimiento. No hubo experiencia mística ni accidente alguno. Se había salido con la suya. Como se encontraba en ayunas y debido a que las sales de cianuro tienen mayor efectividad al ser ingeridas con el estomago vació, en media hora estaba muerto(?) de un paro respiratorio.
Los que conocen, conocen.


HAY UNA VOZ QUE SE OYE A LO LEJOS:

“LO SIENTO, LO SIENTO, LO SIENTO”.

REPITE LO MISMO CADA DIEZ MINUTOS.

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