Dedicado a Robert Schuman
Esa noche, al ir a la cama, sintió que “Algo” no estaba bien. Una voz interna le repetía varias veces: “Algo no está bien” “Algo no está bien” “Algo no está bien”.
Le costó trabajo dormir y tuvo un sueño ligero y molesto, lleno de imágenes proféticas, como salidas de una película. Vivía solo y era guitarrista de Blues.
Últimamente, había perdido completamente el interés por la música. Realizaba esporádicas actuaciones en pubs y así iba tirando el carro y aguantando. También sufría de una fuerte adicción a la cocaína, y los pocos gramos que le quedaban se le habían acabado en el último concierto. El síndrome de abstinencia lo atacaba sin piedad. Y no tenía dinero para comprar más droga.
Necesitaba un drástico cambio de vida. Sentía que arrojaba su existencia por la borda y que esta era su última oportunidad para salvarse.
Tenía cincuenta y dos años y estaba divorciado; su único hijo se había suicidado en situaciones extrañas que nunca logró comprender.
La voz era un llamado a buscar Algo o alguien nuevo. “Algo no está bien”, repetía continuamente.
A la mañana siguiente despertó deprimido y atontado. Sintió la urgencia de abandonar su cuartucho barato de inmediato. Fue a un sitio de comida rápida y desayunó un yoghurt. Le llamó la atención un póster pegado en el vidrio de la tienda. En el mismo se leía claramente: “Algo no está bien”. Ello aumentó su malestar, ya que estaba seguro de que se trataba de una señal dirigida a su persona. Paranoico y confundido, se dirigió a la caja para pagar. No pudo aguantar la intriga y le preguntó a la cajera sobre el significado de ese extraño anuncio del vidrio. Ella le respondió que significaba exactamente lo que decía: “Algo no está bien”. La mirada de la chica lo perturbó. Abandonó el local a grandes pasos. Afuera, La voz interior repetía el nuevo lema en su cabeza como un mantra. Llegó a la conclusión de que el problema se encontraba en su interior. Él no estaba bien. Y era probable que estuviese creando esta alucinante situación, atrapado en un estado de locura espontánea, inducido por la falta de droga. A medida que caminaba sin rumbo, un coro de canto gregoriano repetía las malditas palabras en su mente. Su agudo oído musical le permitía captar a la perfección este concierto demoníaco que tenía lugar en algún sitio de su ser. El volumen de las voces iba en ascenso. “Algo no está bien” “Algo no está bien” “Algo no está bien”. Necesitaba un refugio para tranquilizarse. Pero no quería regresar a su cuarto. Rápidamente, elaboró una lista de los conocidos a quienes podía visitar. Finalmente, fue a ver a un viejo cantante de color que siempre tenía droga. El bluesmen lo recibió de mal humor. Llevaba puesta una remera blanca con las siguientes inscripciones grabadas en grandes letras negras: “Algo no está bien”.
Ello acabó por enloquecerlo. Sin mucho palabrerío, pidió al dueño de casa alguna droga para tranquilizarse. El viejo le dijo que no le quedaba nada. Sólo una pequeña dosis de heroína que alguien había olvidado allí.
Esnifar coca era una cosa, pero el insano compositor de blues nunca se había picado. Pero ahora no podía tirarse atrás. No había opción. Debía hacer callar a las voces de cualquier manera. Suplicó a su colega que le preparase una dosis. El malhumorado blusero le inyectó la droga, advirtiéndole que no se haría responsable si Algo malo le ocurría. Le dijo que podía permanecer unas horas tumbado en el gastado sillón donde experimentaría con esa sustancia infernal. Luego debía largarse de inmediato y dejarlo en paz.
El guitarrista se relajó en el sillón, desparramándose, entregándose por completo a los efectos de la heroína. En cuestión de segundos, cayó en un plácido estado de confort. El cantante lo dejó allí y fue a acostarse.
Finalmente, las voces cesaron. Pero de súbito, una magnífica sinfonía con un coro de ángeles volvió al ataque. “Algo no está bien” “Algo no está bien” “Algo no está bien”. Hundido en las profundidades de la locura, sacó fuerzas y se inyectó por cuenta propia el resto de la droga. No lo hizo correctamente. “Algo no estaba bien”. Se sintió extraño y perdió el conocimiento, con la aguja de la jeringa aún incrustada en su brazo derecho. “Algo no está bien” “Algo no está bien” “Algo no está bien”.
El viejo despertó luego de dos horas y halló al guitarrista inconsciente. Intentó reanimarlo, pero no hubo caso. Retiró la jeringa de su brazo y escondió los resquicios de droga que había en el sitio. Luego llamó a una ambulancia. Tres paramédicos llegaron. El veterano bluesmen les dijo que el guitarrista había llegado a su casa en un estado lamentable. Por ello le recomendó que se recostara unos instantes en el sillón y luego fue al baño. Al regresar lo halló al borde de la muerte.
Después de oír la historia, los médicos subieron al guitarrista moribundo a la ambulancia y se lo llevaron. Murió por el camino, antes de llegar al hospital. Uno de los médicos encendió la radio para contrarrestar la nefasta atmósfera producida por el cadáver que los acompañaba. Una extraña sinfonía terrorífica brotó del aparato y les heló la sangre a ambos paramédicos. La gélida brisa de la muerte atravesó el vehículo, cambiando drásticamente la calurosa temperatura por unos segundos.
El coro sinfónico que salía de la radio repetía: “Algo no está bien” “Algo no está bien” “Algo no está bien”.
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