X amaneció atrapado en el interior de un vaso. Al menos, tuvo la fortuna de que se encontraba vacío.
Lo insólito de la situación: su cuerpo y el vaso tenían las mismas dimensiones de siempre. No era posible que pudiera caber allí sin que ninguno de los dos haya sufrido algún tipo de transformación. Esto tiraba por tierra a todas las leyes de la física.
Reaccionó como si se tratase de un sueño y afrontó la situación sin dudas ni cuestionamientos. Se sentía extremadamente cansado físicamente, por ello se sentó unos instantes a disfrutar de la nueva perspectiva óptica que poseía desde el interior de aquel vaso de vidrio. Tenía el aspecto de un clásico vaso para beber whisky; era de tamaño mediano, transparente y de buena calidad.
El exterior se veía borroso desde allí. X observó lo que parecía ser una pared blanca, estaba prácticamente seguro, ya que alcanzó a ver la ficha para encender la luz y un equipo de aire acondicionado incrustado en ésta. Observaba el mundo externo desde todos los ángulos circulares de su prisión. Como a unos treinta centímetros, reconoció el respaldo de una lujosa silla para escritorio y varios libros apilados.
Lo que necesitaba era una señal que le diera alguna pista acerca de su posible ubicación.
X se sentía como el protagonista de una película; actuaba automáticamente, sin sorpresa ni temor.
Pero de repente oyó unos pasos que lo inquietaron.
Pronto divisó a un hombre desde el pecho para abajo, acercándose lentamente hacia la silla. Llegó a la conclusión de que se había sentado allí, ya que vio su brazo izquierdo reposando sobre la misma.
En dirección opuesta a la pared, lo que parecía ser un material de plástico grisáceo aparecía en el panorama de su visión. X no logró saber de qué se trataba.
Pronto el intruso hizo girar el objeto gris levemente hacia su izquierda, en dirección al vaso. X dio con la primera pista importante, reconoció unas palabras escritas a máquina en lo que lucía como la pantalla de una computadora. Las palabras seguían surgiendo rápidamente. No le llevó tiempo descubrir que el hombre sentado en el sillón las estaba escribiendo.
Lo inexplicable: a medida que la obra literaria iba tomando forma, X oía las palabras en su mente milésimas de segundo antes de que aparecieran en la pantalla. Era como si desde el vaso, estuviese dictándole telepáticamente el escrito al otro hombre. Fue una sensación única y aterrorizante.
El hombre se incorporó de la silla y abandonó el sitio.
X temía que el redactor descubriera su presencia y lo atacase de alguna manera. Aprovechando la ausencia del escritor, se puso a leer el escrito con mayor atención. Lo conocía casi de memoria. Pareciera como si aquel hombre lo hubiera plagiado directamente de su mente. El hombre regresó y volvió a sentarse. Colocó una botella de whisky junto al vaso y siguió tecleando a gran velocidad. X halló la escena sumamente familiar. Dedujo que el hombre del sillón escribía desde un ordenador ubicado sobre un escritorio, encima del cuál reposaba el vaso que lo mantenía prisionero. Evidentemente, el escritor había traído la botella para verter el whisky sobre el vaso y beberlo con X adentro.
Ocurrió lo inevitable. El autor vertió la bebida hasta la mitad del vaso y dio un pequeño sorbo. El desdichado X luchaba contra el líquido como un náufrago que se ahoga en un océano furioso. El hombre volvió a colocar el vaso en su sitio y la tempestad disminuyó. En medio de la desesperación, X echó otra mirada a la pantalla de la computadora. Con gran horror, reconoció el contendido del texto. El escritor relataba lo que estaba ocurriendo entre ambos en este mismo momento, en tiempo real. Pero por alguna razón desconocida, el hombre no podía ver a X., quien en cambio, sufría en todos los aspectos posibles. Por un lado, acabaría sus días ahogado en un vaso de whisky. Y, además, un hombre desconocido estaba recreando el relato de su muerte, de la misma manera que él la había visualizado previamente en su mente. X interpretaba varios roles: era víctima, testigo y creador a la vez.
Oyó unos fuertes tosidos; el hombre se asfixiaba y emitía sonidos extraños, como si estuviese quedándose sin aire.
Luego se desplomó, manteniéndose aferrado al escritorio con el brazo izquierdo. X observó el rostro del escritor por primera vez. ¡Pesadilla horrible y maligna! ¡Ambos tenían el mismo rostro!
Desfalleciente, el hombre bebió el resto del vaso. Con ese último trago largo, X fue tragado hacia la muerte como un pez que se adentra al universo de una ballena insaciable.
Segundos más tarde, el hombre cayó al suelo.
La pantalla del ordenador seguía encendida.
El relato retrataba los últimos instantes de un escritor que se suicidaba mientras escribía, dejando inconcluso su último trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario