Todo el pueblo comentaba que la estancia estaba embrujada. Que John Martin había asesinado a su esposa, influenciado por la bella Patty.
El señor Martin y Nicole llevaban doce años de matrimonio. Él estaba ingresando irreversiblemente al punto del no retorno para todo hombre. Tenía sesenta años, una barriga protuberante, los dientes amarillentos y una calvicie que avanzaba sin piedad.
Era bien sabido que John bebía en exceso desde su juventud.
En las reuniones con sus amigas, Nicole solía comentar sobre la manera en que la bebida afectaba a su marido. Lo ponía agresivo y peligroso; dos décadas de alcoholismo hacían que una botella de whisky lo dejase al borde de la locura. El hecho de que no fumara significaba una rareza, ya que la mayoría de los alcohólicos son fumadores compulsivos.
Ebrio y resentido con su mujer, solía maltratarla por las noches. En la casa se oían fuertes discusiones, y, en varias ocasiones, Nicole amanecía con moretones que atestiguaban el abuso de John.
Martin, sumamente disconforme con su matrimonio, bebía más que nunca para evadirse de la realidad.
Nicole tenía todas las cualidades de una buena mujer, era cariñosa, fiel y trabajadora. Pero en la cama parecía un muñeco de madera. John, frustrado y aburrido, salía a emborracharse a la taberna del pueblo para olvidar su monótona vida matrimonial. Allí conoció a Patty. Ella representaba todo lo que necesitaba para volver a sentirse vivo. Nadie tenía datos sobre el origen de la chica. Simplemente, una noche apareció tras la barra, reemplazando al viejo Henry, el eterno barman que súbitamente había fallecido el día anterior de una misteriosa enfermedad desconocida.
Todos los hombres intentaban acostarse con la nueva belleza del pueblo. Una rubia de veinticinco años con salvajes y grandes ojos verdes, unos pechos de gran tamaño, piernas bien formadas y un trasero escultural. Tenía la piel color bronce y un extraño tatuaje en la espalda. Parecía un antiguo símbolo oriental o egipcio, pero los hombres no le prestaron mucha importancia al tatuaje. Desde su llegada, un día después de la muerte de Henry, la taberna empezó a llenarse todas las noches. Las esposas, celosas y amargadas en su mayoría, permanecían en casa mientras sus maridos se emborrachaban e intentaban seducir a Patty.
Pero fue John Martin quien logró despertar el interés de la chica. Se trataba del hombre más rico de la zona, poseía la mayoría de las tierras. Él creía que su encanto personal era lo que atraía a la mujer (todos los hombres creen lo mismo. Quien diga lo contrario miente). Nunca se le pasó por la cabeza que ella coqueteaba con él para sacar provecho de su fortuna.
Patty dormía en un cuarto para huéspedes, ubicado en la parte de atrás de la taberna. El dueño era un anciano bondadoso y simpático, viudo desde hacía tiempo, vivía en el bar, inmerso en la soledad absoluta. La construcción se dividía entre el bar, el dormitorio del viejo y el cuarto de Patty.
Todas las madrugadas, al regresar a su hogar, pasado de copas, John se tumbaba en el sofá y fantaseaba con la chica hasta caer en la inconsciencia.
Ocurrió un viernes de madrugada. Aún quedaban algunos hombres en el bar. John, poseído por una irresistible atracción hacia esta rubia voluptuosa, decidió quedarse hasta que todos se marchen y encarar a la mujer de forma directa. Ya llevaba siete whiskys encima y se hallaba fuera de control. Permanecía sentado en la barra, taciturno e irritable, sin entablar conversación con nadie. Tenía celos de todos, incluso de sus propios amigos; sabía que buscaban lo mismo que él.
Miraba fijamente a su presa, poniendo énfasis en esos fantásticos pechos que únicamente había visto en las revistas que observaba a escondidas durante su adolescencia. Patty le lanzaba miradas insinuantes y sonrisas de vez en cuando.
No se detenía a conversar con él, ya que se mantenía muy ocupada sirviendo tragos a todos esos hombres que la deseaban. Sonreía cuando alguien le decía algo atrevido. John observaba a los tipos que la miraban y le susurraban cosas al oído. Esa imagen incrementaba su ascendente locura. Casi al amanecer, finalmente todos se retiraron. El dueño fue a dormir y dejó el bar a cargo de la chica. El señor Martin tenía su oportunidad. Por fin quedaron solos.
El estanciero no medía sus palabras, simplemente oía lo que decía, sin control alguno sobre su mente.
- Querida, sé que estoy un poco fuera de forma y con algunos kilos de más... Pero sigo siendo un amante magnífico... No encontrarás a un hombre que pueda amarte como yo...
Estaban sentados frente a frente, separados por la barra.
- Mira, John, ya tuve problemas por involucrarme con un hombre casado, no quiero volver a pasar por eso de nuevo.
- ¡Pero qué hombre ni nada! Luego de estar conmigo te darás cuenta de que los hombres de tu vida fueron sólo niños... No estoy mintiendo, Patty... Tú sabes que lo que se ha formado entre nosotros no puede ser reprimido... Ambos enloqueceríamos... No podemos ir contra la naturaleza...
- Estás borracho, John... Será mejor que vayas a casa y tomes una ducha fría...
- Prefiero tomarla contigo... Hay un motel a unos pocos kilómetros... deberíamos ir ahora mismo... Vamos, te juro que será una experiencia única...
- Pero John... –los pechos de la rubia se hinchaban por la excitación. Ella lo deseaba. Las señales parecían evidentes: Su rostro estaba sonrojado, tenía las pupilas dilatadas y los labios húmedos y abiertos -. Ni siquiera nos hemos besado, no sabemos si existe algo entre nosotros. Tú estás exagerándolo todo con tu borrachera.
- Mira, he estado borracho durante más de veinte años... Eso no cambia nada... Sé diferenciar las cosas, nena...
John se levantó tambaleante y pasó al otro lado de la barra. Al acercarse a ella, un infierno de energía orgásmica atravesó a los dos. La besó con salvajismo, apretando su cuerpo contra el suyo. Ella respondía entusiasmada. Luego de unos instantes de pasión, decidieron salir juntos del lugar. Patty cerró el bar y siguió a John hasta su camioneta. Él condujo directamente hacia el motel.
Una vez en la habitación, la lujuria los envolvió por completo.
Cuando Patty se desvistió, John no podía creer que ese cuerpo fuera real, lucía como una verdadera diosa. Ella le bajó los pantalones y observó su miembro.
- Hasta ahora te doy la razón, John. Nunca vi algo de ese tamaño. Creo que esto estará muy bueno.
John soltó unas diabólicas carcajadas. –Te lo dije, nena... Te lo dije...
La relación fue increíble... No pararon durante horas... Patty se movía como una poseída y ponía en práctica posiciones que el señor Martin desconocía. Los ojos de la mujer brillaban como diamantes y se tornaban rojos como la sangre. Tal vez fuese simplemente un efecto de la luz. Ella suspiraba y gritaba, enloquecida. Cada tanto, pronunciaba palabras en una lengua extraña. John no se detuvo a preguntarle lo que decía. No quería cortar la electricidad.
Cuando acabaron, ambos quedaron exhaustos, inmersos en un silencio divino que decía más que mil palabras. Él acariciaba la espalda de la mujer, observando detenidamente su tatuaje por primera vez. Tenía jeroglíficos indescifrables y el rostro de una hermosa mujer con los ojos de un rojo sangriento. Pensó en preguntarle algo acerca del tatuaje, pero desistió cuando ella se le lanzó encima y empezó a devorarlo de nuevo. Fue una noche maravillosa para ambos.
Al día siguiente, a eso de las dos de la tarde, John despertó con resaca. Tumbado en un sillón, observaba de reojo a su esposa mientras ella preparaba unas tostadas.
Si antes estaba harto de su presencia, ahora le inspiraba repugnancia. La percibía como a una persona completamente ajena y desconocida. No sentía absolutamente nada por ella.
La noche con Patty acabó por matar el poco cariño que le tenía.
Siguió durmiendo hasta que ella salió de la casa. Entonces se levantó y fue a ducharse. En el espejo, notó algo extraño en su rostro. Su reflejo denotaba una palidez extrema, pareciera que hubiese envejecido cinco años desde el día anterior (Tal vez el alcohol le estaba enviando las facturas atrasadas). Salió del baño sintiéndose debilitado y vulnerable. Siempre fue un hombre enérgico y fuerte, pero ahora toda su energía lo abandonaba súbitamente ¿Qué demonios le estaba ocurriendo?. Volvió a tumbarse en el sillón y dormitó unas horas.
Tuvo un extraño sueño en el que su esposa aparecía en un ataúd. Patty estaba parada junto a ella, riendo como una endemoniada. Despertó bruscamente ¿Sentimientos de culpa?. No los conocía. Pero su inconsciente le estaba jugando una mala pasada.
Salió de la casa porque necesitaba despejarse. Olvidó hacer las tareas de la granja. Por un instante, todo dejó de importarle. Sólo esperaba que cayera la noche para volver a ver a Patty. Fue a casa de unos amigos para entretenerse con una partida de póquer. Durante la partida estuvo desconcentrado, discutía continuamente por cosas insignificantes, repartía mal las cartas y hacía jugadas estúpidas. Acabó retirándose; enfurecido, insultó a sus amigos y pegó un portazo al salir.
Dio unas vueltas en su camioneta para hacer tiempo. No podía estar cómodo en ningún sitio, únicamente en los brazos de Patty. Al llegar la noche se dirigió velozmente al bar. Llegó temprano. Cuatro tipos bebían cerveza en una mesa. Tras la barra, Patty se veía aún más deliciosa y radiante que ayer. John se sentó frente a ella, se saludaron con una sonrisa que implicaba complicidad. Él ordenó un sándwich y una cerveza para entrar en calor.
- ¿Y entonces, querida? ¿Ahora me das la razón?
- Baja la voz... No quiero que nos escuchen ni por accidente... No le contarás nada a tus amigos, ¿verdad?
- Por supuesto que no... Ni siquiera tengo amigos... Somos tú y yo, nena... Solo tú y yo...
- Bien... debo reconocerlo... tienes un talento especial... y un tamaño especial... Quedan pocos hombres como tú...
- Entonces esta noche lo haremos de nuevo...
- No... debe ser una vez por semana. Si es muy seguido, corremos el riesgo de que nos descubran... Es un pueblo pequeño... Las cosas van de boca en boca en sitios como este...
- ¿Una vez por semana? No creo poder soportarlo –dijo John, acabando con su sándwich.
Empezó a beber directamente de la botella. Seguía sintiéndose extraño y débil, como si alguien le estuviera succionando la energía.
- ¿Cómo van las cosas con tu esposa? No quiero traerte problemas -dijo Patty.
- Evito toparme con ella. Estoy fuera de casa todo el tiempo. Ya no puedo soportarla. Siento que hay algo malo en ella. Esa maldita está absorbiéndome la energía... Es como un condenado vampiro...
- Tranquilízate, andas bebiendo demasiado... Dices tonterías...
- Lo digo en serio... Siempre ha sido así... Estar cerca de ella es como ser tragado por un imán gigante... Sólo se casó conmigo por el dinero... Estoy seguro de ello...
- Bueno, yo no la conozco... No hay nada que pueda decir...
- Cambiemos de tema... Sólo esta noche, te lo ruego... Después será una vez por semana, lo juro... Sólo esta noche...
- De acuerdo, pero esta vez cruzaremos nuevos límites...
- Hasta el infierno - dijo John, elevando su botella vacía.
- Bien, ahora márchate y vuelve a las dos de la mañana, golpea la puerta de atrás tres veces y saldré. Pero debes irte ya mismo, así no habrá sospechas.
Estaré a las dos en punto - John pagó y se retiró rápidamente.
Eran las nueve de la noche ¿Qué haría hasta las dos de la mañana? No tenía intenciones de regresar a casa. Tampoco podía visitar a sus amigos porque había hecho el ridículo y no acostumbraba pedir disculpas a nadie. Paró a comprar una botella de whisky en una tienda y volvió al hogar.
Al entrar a su casa, Nicole la esperaba sentada a la mesa con la cena lista para dos. John presentía lo que se vendría. Destapó la botella, vertió el whisky en su vaso preferido y se sentó a la mesa. Empezó a comer en silencio. Nicole lo observaba furiosa y preocupada por su actitud.
- ¿Qué crees que soy, John? No es forma de tratar a una mujer... Faltándome el respeto y acostándote con esa puta del bar...
- No digas tonterías... Tus amigas te llenan la cabeza con porquerías, siempre lo han hecho.
- Llegas ebrio a cualquier hora, descuidas los trabajos de la granja y me esquivas cada vez que nos vemos ¿Dónde acabará todo esto, John?
- No lo sé... –John sentía como su energía de esfumaba y sospechaba que Nicole lo absorbía a cada instante. La voz se le quebró, quedó extremadamente pálido y tuvo que soltar los cubiertos debido a los temblores que lo atacaron.
- ¿Te encuentras bien? Debes dejar de beber, estás hecho un desastre, no eres ni la mitad del hombre con el que me casé...
El señor Martin ya no pudo soportarlo. Bebió el vaso de un trago y se levantó de la mesa caminando con suma dificultad. Su esposa se acercó para ayudarlo a recostarse en el sillón. Cuando ella lo tomó del brazo, él sintió cómo esta mujer a quien ya no reconocía, absorbía la poca vitalidad que le quedaba. John se soltó violentamente.
- ¡Maldita bruja! ¡Tu madre también fue una maldita bruja! Todos saben que mató a tu padre... Ahora tú intentas hacer lo mismo conmigo... ¡Pero eso no va a pasar!
Nicole se largó a llorar. Quedó sin palabras. Inmóvil.
El cuerpo de su marido era sacudido por extrañas corrientes eléctricas. Oscuras ideas acudían a la mente de John. Al ver a su marido convulsionando, Nicole se acercó a él... Mala decisión... El confundido John se mareó, cerró los ojos por un instante, y al abrirlos descubrió a su mujer convertida en su suegra, sí, aquella maligna mujer asesina. Entonces caminó hasta el armario donde guardaba las armas, sacó velozmente la escopeta y le disparó. Enloquecido, sudoroso y presa del pánico, arrojó el arma y se agachó a inspeccionar el cuerpo sin vida de su mujer. Ahora tenía el mismo rostro de siempre. Las convulsiones cesaron. John arrastró el cuerpo hasta el sótano, se llevó la escopeta a la camioneta y arrancó toda velocidad. Anduvo por la carretera durante horas, no podía creer que esto le estuviera ocurriendo. Se estacionó frente al bar a esperar que sean las dos. Cuando llegó la hora, bajó a grandes pasos y golpeó la puerta de Patty. Ella salió de inmediato. John la tomó del brazo y subieron a la camioneta. Durante el transcurso del viaje hasta el motel, él se mantuvo callado y tenso.
Patty lo miraba de reojo. Pero tampoco pronunció palabra alguna.
Entraron a la habitación. Ella se lanzó sobre él como una cazadora hambrienta. John no tardó en seguirle el juego. La chica poseía un magnetismo irresistible que podría hacer que un muerto consiguiera una erección. Durante el acto, los ojos de ella volvieron a tornarse de un color rojo sangre. En esta ocasión el sexo fue mejor que la primera vez, hubo mayor pasión y fluidez. Ambos se conectaron a la perfección y se entregaron a un trance erótico que duró horas. Cuando terminaron, John se tumbó boca arriba, pensando en el asesinato de Nicole. Volvió a sentirse débil. Se incorporó con lentitud y fue al baño para refrescarse la cabeza. Al mirarse al espejo sintió horror. Había envejecido por lo menos veinte años, estaba completamente calvo y amarillento, tenía el aspecto de un hombre que se encuentra en la antesala a la muerte. Salió del baño caminando con torpeza. Patty soltó diabólicas carcajadas al verlo en ese estado deplorable. Mientras la chica se burlaba de él, el brillo rojizo de sus ojos iba en aumento.
- ¿Qué demonios me has hecho, Patty?
- Lo que debía hacerse.
Patty empezó a vestirse... John prestó mayor atención a su tatuaje... El símbolo le resultaba familiar... Convertido en un anciano débil e inservible, condujo su camioneta sin las energías necesarias para interrogar a Patty.
La mujer estaba eufórica y llena de energía. Encendió la radio y se puso a cantar el tema “Am I evil?”, interpretado por “Metallica”. El desgraciado señor Martin estacionó frente al bar, ella se despidió con un largo beso que casi le absorbe la poca vida que le quedaba. Él la observó de espaldas mientras entraba al bar. Ese símbolo... Estaba seguro de que el tatuaje tenía relación con todo lo que le estaba ocurriendo... Apagó la radio y se dirigió a casa.
Los ayudantes de la granja se habían ido de vacaciones, ya que se encontraban en una temporada de poco trabajo. Ello le permitió estar a solas con el cadáver de su esposa. Con las últimas fuerzas que le quedaban, ingresó al dormitorio que había compartido con Nicole durante doce años. Sentado sobre la cama, se puso a observar las fotografías y retratos que estaban en la cómoda y la pared. Vio imágenes de los momentos felices que pasaron juntos y se largó a llorar. Miró fotos de Nicole, joven y pura, con ese aspecto inocente que mantuvo hasta el final de sus días. Luego se incorporó y revolvió los cajones de la mesita de luz. Allí encontró una antigua fotografía de la madre de su difunta mujer. La bruja que luego de asesinar a su marido en extrañas circunstancias, había desaparecido y abandonado a su familia para siempre, luego de haber sido absuelta de toda culpa en un polémico y accidentado juicio. John miró detalladamente la foto, su suegra tenía los mismos ojos rojos que Patty. Podría tratarse de un efecto de la luz, pero él tenía sus dudas al respecto. Luego observó con atención el cuello de la mujer. Llevaba colgado un medallón similar al símbolo que Patty tenía tatuado en la espalda. No pudo ver las letras, ya que salieron muy pequeñas en la foto.
Siguió revisando el cajón, al borde de la muerte, totalmente consumido. No tardó en hallar algo que acabaría por llevarlo al infierno. Revolviendo unas joyas, dio con el medallón original de la madre de Nicole. Su hija lo había conservado durante todos estos años. Era idéntico al tatuaje de Patty. John reconoció los mismos jeroglíficos y el rostro de la bella mujer misteriosa. Vio lágrimas de sangre brotando de los ojos rojos de la mujer. Luego oyó una demoníaca carcajada femenina y cayó fulminado de un infarto.
Al día siguiente, Patty desapareció del pueblo. Nadie volvió a tener noticias sobre ella. Luego de tres días, los cuerpos de los Martin fueron hallados. El caso nunca fue resuelto.
Desde entonces, en la casa del señor Martin suceden cosas extrañas. Algunos afirman haber visto al espectro de John, putrefacto y raquítico, tambaleándose por los alrededores con su botella de whisky. De vez en cuando resuena un sonido similar al de un disparo de escopeta. En el comedor se enciende una luz escarlata que se proyecta a través de las ventanas. A menudo se oyen las diabólicas risotadas de una mujer joven. Los vecinos creen que pertenecen al fantasma de Nicole.
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