Al mediodía, sentado a una mesa ubicada en un rincón de un bar, tuvo ese hermoso presentimiento. Una sensación que es... No sé como explicarlo... Pareciera que por un instante el universo se detuviera y uno pasara a ser el único protagonista de la vida. Los neurotransmisores segregan las sustancias adecuadas en un torrente químico que lleva a la mente a un estado de éxtasis celestial. Todo funciona a la perfección por un momento, un pequeño y hermoso momento eterno. Las dudas son disipadas, el futuro aparece brillante y prometedor. Todo está en su lugar adecuado.
Y él supo que algo especial ocurriría ese día. Algo destinado a pasar.
Dio un largo sorbo a su jugo de durazno, despegó los ojos del televisor y miró hacia la calle a través del vidrio del bar. La mujer caminaba mágicamente por la acera. Era ella. Existen muchas mujeres, pero sólo hay unas pocas ellas. Y ésta era una de ellas. Un cóctel perfecto de belleza, atractivo y seguridad. La vislumbraba extasiado, con ese sabor en la boca que pocas veces se siente en la vida, producido por un estallido de endorfinas que induce a un estado de puro placer que es disparado por todo el organismo.
Ella entró al bar. Cuando pasó a su lado, él sintió una corriente eléctrica que sacudió hasta lo más profundo de su ser. Se trataba de ella, no tenía dudas al respecto. La mujer se sentó a una mesa continua y encendió un cigarrillo (No me detendré a describirla físicamente, no aportaría nada a la historia. Era ella y punto). Él no podía sacarle la vista de encima por un segundo. Poseído por la fiebre del cazador, fue hacia la presa y se sentó a su mesa. La mujer no demostró sorpresa ni inquietud.
-No pude evitar acercarme... Algo irresistible me impulsó a hacerlo...
- No hay problema. Admiro a la gente con iniciativa.
- Mira... Me gustaría invitarte a tomar algo, pero luego del jugo de durazno, caí en bancarrota.
- También eres sincero. Eso es bueno. Queda poca gente sincera en estos días.
Algo no funcionaba bien. Estaba resultando excesivamente fácil. La conversación fluía sin malabarismos ni trucos de palabras, demasiado bueno para ser real. Él esperaba descubrir la trampa en cualquier momento.
-¿Cómo te llamas?- preguntó ella con frialdad.
-Rostharek.
-¿Rostharek? ¿Qué clase de nombre es ése?
- Bueno... Solía llamarme Jim... Pero fue el nombre que me pusieron mis padres, yo no lo elegí... Llegó una época en la que atravesé una crisis de identidad... y... decidí encontrar mi verdadero nombre... así fue como pasé a llamarme Rostharek.
- De acuerdo... ¿Pero porqué un nombre tan extraño? ¿No podías haberte cambiado el nombre a John? ¿Steven...? Qué sé yo...
- La verdad es que prefiero no hablar sobre ello... Me trae malos recuerdos...
La mujer fumaba compulsivamente, y cada tanto, observaba nerviosamente a una pareja que estaba ubicada unas cuantas mesas adelante.
-¿Y cuál es tu nombre? -Rostharek intentó llevar la conversación a un terreno donde se sintiera cómodo.
- Oh... Te lo diré después... Ahora no es importante...
- Lo que tú digas... ¿Y qué haces por aquí? ¿Trabajas cerca?
- Ayer renuncié a mi trabajo. Mira... fue realmente desagradable, estoy intentando olvidarlo... No quiero volver a revivirlo... Me trae malos recuerdos... Tú lo has dicho primero...
Rostharek dejó escapar una leve sonrisa nerviosa.
La moza se acercó a ellos y les preguntó si deseaban ordenar. La mujer tomó la palabra, respondió que esperaban a unos amigos y que no querían empezar sin ellos. La moza se retiró desplegando una mueca falsa y forzada.
- Bien... Cuéntame algo sobre tu vida- dijo Rostharek, tratando de no perder el hilo de la conversación.
- Nada especial... Llevo una vida normal... Soy casada, pero no tengo hijos.
Algo se quebró en el interior de Rostharek. No contaba con eso.
- Bueno, yo soy soltero y tampoco tengo hijos...- hizo una pequeña pausa, como un guitarrista que da pie al bajista para que inicie su solo. Pero ella no sonrío, no entró al juego de la improvisación. Permanecía extremadamente seria y fría. Algo no andaba bien. Por momentos, la chica posaba su penetrante mirada en la pareja ubicada a unos metros de ellos. Esto inquietaba a Rostharek.
-¿Los conoces?
-¿A quienes?
-A esa pareja. No dejas de mirarlos.
- Es una mala costumbre que tengo, soy como una paloma, me gusta mirar hacia todas partes. ¿No te molesta, verdad?
- No... No hay problema... mientras no pidas migajas o alpiste como entrada, todo está bien…
La ironía había fracasado de nuevo. Definitivamente, ella carecía de sentido del humor.
Rostharek sintió un inmenso abismo que los separaba. El silencio reinó por unos segundos que parecieron siglos.
-¿Me disculpas un momento?, debo ir al baño-dijo él sin rodeos.
- Te estaré esperando...
Cuando Rostharek se levantó, ella lo sujetó del brazo, le miró fijamente a los ojos y susurró: - Tengo una sorpresa para ti. Te la enseñaré cuando regreses.
- De acuerdo.
En el espejo del baño, Rostharek observó su extraño rostro y se puso a divagar sobre la situación. Cuando salió, vio que ella lo esperaba con la sorpresa prometida.
La mujer estaba de pie frente a la mesa de la pareja a quienes venía observando. La sorpresa era que los estaba apuntando con una pistola.
-¡Ésta es la puta de mierda!, ¿verdad? ¿Hace cuánto te la vienes cogiendo? - ella le gritaba al hombre.
Las dudas de Rostharek eran reales, algo andaba mal.
-¡ Espera!- gritó el acusado -. Es Claudia... Una compañera del trabajo...
Claudia temblaba, había entrado en pánico, el miedo la hizo levantarse rápidamente de la mesa... Los demás clientes del bar observaban la escena con espanto, algunos lanzaban gritos de terror...
Ella disparó contra Claudia, quien cayó al suelo con una herida mortal en el cuello.
-¡Intenta cogerla ahora, hijo de puta! ¡Vamos, hazlo!
Lágrimas de rabia bañaban el rostro de la asesina.
Rostharek observaba el acontecimiento desde la puerta del baño.
El hombre permanecía sentado con las manos en alza, ella lo tenía en la mira.
- Amor... Para con esto, por favor... todavía podemos arreglarlo...- el hombre suplicaba, temblaba y lloriqueaba como un niño.
-¡Desde luego que podemos arreglarlo! - gritó ella. Luego le disparó en el pecho. El bar se convirtió en un caos, con gente despavorida corriendo de un lado a otro. Los clientes se refugiaban bajo las mesas, algunos habían entrado a la cocina, otros lograron salir por la puerta del fondo.
Al ver al hombre muerto, ella se tomó de los cabellos y empezó a aullar como una loba salvaje. Su dolor era profundo. Y ella lo aplacó pegándose un tiro a la cabeza.
El presentimiento de Rostharek se había cumplido. Se trataba de un día especial. La gente abandonó el local entre gritos y empujones.
Rostharek se acercó a la escena del crimen y vislumbró a la mujer por última vez. Era ella. Definitivamente. Pero ella estaba muerta. Salió del bar y se puso a andar calle abajo. Triste y sin rumbo fijo, vio a los policías que ingresaban al bar para inspeccionar aquel horrible acontecimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario